miércoles, 11 de diciembre de 2024

Tercera parte de tres. He venido aquí a hablar de mi libro.

 

Gominolas de gin-tonic


Una ventaja de no haber entrado en Masterchef es que, en principio, no compartiré con ellos el copyright de mi libro “Qué comer (y beber) para vivir cien años”. Mágicamente desbloqueado en mi cabeza tras 16 años de darle vueltas, con siete capítulos, cada uno titulado con una palabra clave, y acompañado de recetas ilustrativas. Obviamente será un gran best-seller si cumplo los 35 años que me faltan hasta la redonda cifra o me invento una bonita excusa para palmar por el camino y se lucran en todo caso mis descendientes. Añadir el dato de que este año 2024 se ha agotado mi primer libro, “Se coge una cebolla” (ed. Ttarttalo, 2008), que, aunque poco lucrativo como negocio, ha sido una experiencia maravillosa que me encantaría repetir.

Así que tras estas disquisiciones hechas para que consten, gracias querido lector (o lectores si habéis sido dos o tres) por llegar hasta aquí. Si el feedback fuera positivo, o si los haters fueran superfuribundos prometo actualizaciones, incluso hasta un uso juicioso y razonable de las redes.

Si lees esto, Esther, que muchos recuerdos de mi amiga Aitana, bellísima persona y finalista de Masterchef 7, que se alegra de que sigas al pie del cañón. Me tiene prometido meter en su carta la tortilla de patatas con langostinos que le pedí… ¿Veis? Otra ocurrencia.  


Segunda parte de tres. VOLVERÉ (si hay ocasión), disquisiciones sobre el alma y cifras y letras.


Pastel de arroz con leche y perlas del buen humor

Así que, para casita, pensando que nunca más. ¿O no? ¿Qué habría cambiado yo? Lo primero es explicar qué hago en un casting como este. En vez de la versión abreviada de ilusión y fantasía que os di, Esther, os podría haber dicho que la vida nos está sacando todo el rato de nuestra zona de confort, y en mi caso, la bata blanca tiene una fecha de caducidad, incluso el karategi blanco (kimono llevan las geishas), las blancas de ajedrez se quedan cortos, no digamos el traje de novia, como que no me veo con él, al menos de momento. Así que la opción de chaquetilla de chef para los próximos treinta años (con el extendido pensamiento mágico de que todos somos inmortales) no es nada descabellado para completar mi ciclo de blanco y me supone una alternativa tan lícita para mi vida futura como para cualquier candidato no médico ni profesor ni aparentemente tan estancado en una zona de confort “segura”.

Lo que me lleva a analizar para ti, querido lector (o lectores, si sois dos o tres), quién soy yo. Es habitual encasillar a la gente, les ponemos etiquetas y esperamos que se porten conforme a ellas. Nos desasosiega que no sea así, pero esas etiquetas son como fotos y nuestra vida es como un vídeo. Estamos cambiando todo el rato. Y aunque curiosamente todo el mundo tiene clara su identidad; yo soy Ramón, hace un año era Ramón y dentro de un año espero seguir siéndolo; lo cierto es que desde el principio he ido añadiendo, eliminando y reponiendo materia, pensamientos y vivencias a mi ser, hasta el punto de que es probable que no quede nada de alguno de mis yos anteriores. ¿Qué conforma ese yo propio constante después de tanto cambio? ¿Será verdad que hay un alma, cualquiera que sea la forma que adopte? Mi preparación para el casting me ha traído además una lumbalgia. Y mi fisio deportivo Rober, con mucha vista me ha dicho que creía que era un problema del músculo del alma, el psoas, centro del cuerpo, conectado al diafragma y a las piernas. Yo, con tantos estudios, nunca había oído hablar del músculo del alma. Rober, con tres ejercicios y cuatro estiramientos para el psoas-ilíaco, ha hecho desaparecer la lumbalgia en una sesión como por arte de magia. El estrés reconozco que ha cesado con el final del casting así que espero que no me vuelva el dolor del músculo del alma.

Mi yo actual sabe que una inmersión en las cocinas de Masterchef me podría aportar una revolución de conocimientos para la preparación para los tramos siguientes de mi vídea (vida en vídeo), salvedad hecha de los inconvenientes prácticos que suponen cambiar unas semanas o meses las rutinas y las logísticas de mi-nuestro confort. Pero, dicho lo que pedía yo a Masterchef, toca preguntar ¿y qué aportaría yo a ese concurso?

Mis fans creen que mucho, y es posible que haya como quinientas o cien personas renegando y jurando que nunca más van a volver a verlo; algunos incluso no lo ven ahora ni lo han visto nunca y se reafirman en su elección. Pero es más realista pensar en el gancho que puede tener un médico veterano de Osakidetza del Hospital Universitario Basurto, conocido en muchos medios de Bilbao, y que puede aportar hasta 300.000 posibles espectadores. Recuerdo el tirón local de mi amiga Sofía, compañera psiquiatra en Basurto y ganadora del bote de concurso pasapalabra.

Porque a pesar del autoaplauso, las cifras de audiencia del programa están en franco descenso, excepto durante el confinamiento, en el que hubo un repunte espectacular, y toda España se puso a cocinar, yo practiqué hasta pan. En televisión no hay fórmulas garantizadas, y el desgaste por envejecimiento a pesar de repetir fórmulas aparentemente seguras es un riesgo mortal y detecto indicios de esa patología. ¿Puede atraer espectadores meter en la casa a un señor mayor que se mueve como un joven, que hace gominolas de gin-tonic para la gente, y katas de karate Shotokan por las mañanas en el patio de la casa y repasa un recetario gitano de cocina mientras se estudia todo lo que le acerquen y practica con el abatidor y lo prueba todo, o le toma el pulso a un compañero, o le deja una chaqueta mientras opina de lo humano y lo divino como un buen cuñado? Yo creo que sí, que me conozco y sé que tengo unas ocurrencias muy curiosas y bastante capacidad para el show. De momento no lo sabremos. Pero pasado el primer enfurruñe, que me ha durado 24 horas, sí, creo que me apuntaré al casting de Masterchef 13+1.


Se impone un post, se viene un post. Primera parte de tres. CASTING DE MASTERCHEF

 


Delantal de pacman con calcetines a juego, como conjuntar bolso y zapatos estilo boomer. Presté además un delantal de mi hermana de Mójate contra la esclerosis múltiple a mi compi de la izquierda y uno de gatitos a la de la derecha.

Estimados y casi inexistentes lectores. Dejé de intentarlo hace tiempo porque ni “haters” conseguía, nadie me decía nada y dejé hibernando no uno ni dos blogs. TRES. Tengo que reconocer que, con el tiempo, lo del blog se ha vuelto viejuno, y los jóvenes van a la inmediatez de una píldora visual, con pocas letras, si acaso alguna.

Que me extiendo. Salvo la publicación del contenido MIR y sus quinielas de aciertos, que anualmente completo por invitación (gracias CASIMEDICOS), no volcaba ni en este foro ni en las redes contenido sobre mi vida y milagros, que a quién le importarán.

Con esta premisa, ¿qué pinto aquí? Pues vengo a dejar por escrito en público y a los cuatro vientos tres cositas, para que conste registro (de mi receta original de bacalao y del título, por fin, de mi segundo libro de cocina, dieciséis años después).

Lo primero, una ligera actualización, conste que sin ningún afán de chulearme. Tres hijos maravillosos (lo más). Médico y profesor, con dos carreras universitarias, un doctorado, acreditación para profesor pleno y consultor senior de Osakidetza, tres especialidades, un master, cuatro títulos en dos deportes (dos de cada) y una medalla de plata en otro más, dos títulos medios en idiomas (uno de cada), otras dos aficiones extraescolares sin diplomar, pero escrito un libro en una de ellas (la cocina). Por contra, con todas las crisis personales, familiares y sanitarias que se os pudieran ocurrir y os quedaríais cortos.

Segundo. En eso que se me ocurre apuntarme al casting de Masterchef 12+1 (el 13 de toda la vida, que paradójicamente es el número de la suerte en casa). Y me convocan en Bilbao ayer día 10 junto con otros 79, entre 1.000 solicitantes. Este NO ES un post lamentándome por haber sido descartado en el minuto uno, que hay cientos en la red.

Como bien explicó allí Esther González, jefa de casting, su modelo, contrastado con la experiencia triunfante de masterchef, consiste en machacarse cada candidatura antes de conocernos en persona, y luego ir filtrando a saco entre DECENAS DE MILES de artistas de la cocina, hasta quedarse con quince. Por ello yo tenía asumido que en alguno de los seísmos caería, y mejor que no fuera al final, quedando entre los cinco últimos descartados (eso sí que da rabia).

NO. Escribo porque me falta cierto feedback sobre mi plato, o me han mentido las treinta personas que lo probaron antes y me lo alaban. Os cuento. Es un bacalao al pilpil pink silk. Más que rosa, tiende a asalmonarse, y no sé si está bien llamarlo pilpil. Como le conté a Javier, el cocinero evaluador, las tajadas de bacalao eran de La Casa del Bacalao (tienda clásica en Bilbao). Se hace un pilpil con poco aceite donde se han frito primero unas láminas de ajo y dos cayenas, se retira el bacalao y se destroza el pilpil pochando en él una cebolla y un pimiento morrón picados. Se pasa por el chino o la batidora, se añade algo de agua y de leche y se liga todo de nuevo con el pescado. Puse por encima el ajito frito y las cayenas y lo acompañé de pan hecho por mí. Javier comprobó que la salsa estaba bien ligada, la probó y luego tomó una lasca de bacalao, la untó en la salsa y se la comió. Comentó que estaba muy suave (más ligera que un pilpil) y observé que no sacó la servilleta donde con disimulo creemos que escupía algunos platos. Me preguntó que de dónde era esa receta y le dije que invención mía (fue una ocurrencia, he estado comprobando en internet que no había nada parecido: ¿destruir un pilpil y rehacerlo?). Por eso escribo reivindicándola aquí. Me dijo, además, algo políticamente incorrecto: me preguntó que si cocino los fines de semana (¿¿¿prejuicio machista???). Contesté que no, que a diario.

Luego pasó Esther con dos acólitas, juntando a los candidatos en grupos de seis. Encantadoras, pero se notaba diferente empatía hacia unos y hacia otros candidatos. Yo noté la falta de sintonía y a pesar de todas mis lecturas previas del arte de la guerra de Sun Tzu y otros sobre tácticas de batalla, lo hice rematadamente mal, me faltó decirle “tienes razón, no soy lo que estás buscando y no aportaré nada al programa”

Casi cinco horas de pie, mi aceptable preparación física se notó en positivo y entiendo que es parte de la prueba, vi mucha gente agotada. Saqué para compartir mis perlas del buen humor (bolitas de coco, receta de un libro infantil de Gerónimo Stilton, un éxito asegurado), mis gominolas de gin-tonic de Bombay con limón exprimido, con receta para Thermomix, que al hacer en cazo al fuego quedaron menos alcohólicas, otro éxito, y mi tarta de arroz con leche, que junto con pinchos de bacalao en salsa con pan casero completaron mi vuelta al ruedo. Llegaron las cucharas y se quedaron los que se quedaron. Aunque confieso que yo me llevé una cucharilla, no de madera, sino de un cortado que me tomé allí, con el compromiso mental de devolverla el próximo año. Reconozco que me lo pasé muy bien, gente encantadora, muy diversa (Lara, si lees esto me tienes que enviar la foto que nos hicimos). Y a la vez curiosidad de qué habría pasado esa tarde y alivio de haber terminado ya y no seguir la maratón cinco horas más.